domingo, 22 de diciembre de 2013

Ojos de marica triste

 
1
Todo lo que sé de sexo lo aprendí con una gran amiga de bachillerato, una de esas hermanas de la vida que tenemos la dicha de encontrarnos en el camino. Con ella aprendí a hablar de sexo con naturalidad, como lo que es: una necesidad humana.

Nos contábamos las cosas con lujo de detalles, pero no sólo la parte sexual sino también la afectiva. “Me hizo esto, después yo le lamí acá. Él se puso arriba. Me sentí bien. El orgasmo no fue tan intenso, me raspaba con la barba. Creo que lo amo”, y un largo etc.

Pensé que los demás hablaban de sexo con la misma naturalidad. En la universidad me di cuenta de mi error. La mayoría de las personas se ruborizan o se incomodan.

Extraño hablar de sexo con esa frescura y naturalidad.



2
Salí del closet en el primer año de la universidad. Ya no tenía a mi amiga cerca para vernos con tanta frecuencia y realmente no conseguí a nadie como ella. Mi hermana es irremplazable.

En esa época hice lo que se supone que uno hace en la adolescencia. Bucearme a chicos lindos con mis compañeras de clase, pero con ninguna pude hablar sobre mis afectos y mi sexualidad como lo hacía con mi amiga de bachillerato.

Quizás por eso mi “educación sentimental” quedó chucuta jajaja. Estoy seguro que con mi hermana yo hubiera aprendido a besar, a pedirle el teléfono a un muchacho, saber de qué hablar en una cita, qué hacer la primera noche en un hotel.

3
Pensando en eso, terminé preguntándome sobre nuestra “educación sentimental” ¿Dónde se supone que la recibamos? ¿En qué lugar nos enseñan sobre el amor, el afecto, la atracción, el sexo? ¿Quién es el encargado de hablarnos sobre esos temas? ¿Es nuestra familia, nuestros padres y madres, nuestros profesores, los hermanos mayores, los amigos?

No me refiero al típico discurso “padre-hijo” o “madre-hija” que le dice: protégete, ponte el sombrero, ya eres una mujer, nada de andar con muchachos, mosca con una barriga. Con el perdón de nuestros viejos, eso es paja, es superficial, sigue manteniendo a la sexualidad como un tema tabú. De eso no se habla, porque ya tuve contigo “La conversación”.

Lo más cercano que recuerdo a una educación sexual formal fue en bachillerato. En Formación Ciudadana nos explicaron que la familia está formada por un hombre y una mujer, y que es la célula de la sociedad. Listo. Una vez también nos pasaron un documental sobre el aborto. Lo narraba el feto desde la concepción hasta la interrupción del embarazo, así que se imaginarán el final.

4
Mis primos son contemporáneos conmigo. Cuando comenzamos a desarrollarnos, ellos echaban unos cuentos que casi rayaban en el realismo mágico. “En ese momento estaba haciendo el amor con tres lobas, unos mujerones, y a las tres las dejé extasiadas”. Era evidente que todos seguíamos siendo vírgenes.

En los primeros años de universidad, yo era el único abiertamente gay. Había muchos escaparates; pero abiertos, solo el mío. Así que tampoco tuve otros pares sexodiversos con los que pudiera hablar sobre mis afectos.

5
Moraleja. Llegué a los 30 años siendo profesionalmente exitoso, con una familia que adoro, mis perros y gatos, mis amigas y amigos, pero en el área sentimental estoy un poco estancado. Un psicólogo pudiera decir que tengo el Síndrome de Ally McBeal. Exitoso y soltero, aderezado con un alto grado de timidez.

A veces entro al Metro y un tipo gay me ve como si yo fuese el amor de su vida. No han pasado dos minutos y este carajo le da la misma mirada al siguiente tipo que entra al vagón. Es lo que yo llamo “Ojos de marica triste”. No se rían. Está comprobado científicamente. Lo que me sorprende es que yo también pongo esa mirada.

¿Cómo son unos ojos de marica triste? Sencillo. Vemos a otro hombre como si se tratara del príncipe azul, que viene a rescatarnos de nuestra aburrida vida, que va a solucionar todos nuestros problemas con un beso, que va a darle un vuelco de 180 grados a nuestra existencia.

Todo para luego ver a otro hombre y darle de nuevo esa mirada de princesa esperando a ser rescatada, de bella durmiente pasiva, deseando que él se baje de su corcel blanco, nos bese y cumpla todos los puntos de nuestra lista de chequeo.

6
A veces me sorprendo viendo a un hombre de esa forma. No me gusta poner ojos de marica triste. Protesto, pero tampoco sé qué mirada poner. ¿Qué se supone que uno hace cuando ve a un carajo que le gusta? ¿Le sostiene la mirada? ¿Le sonríe? ¿Lo ignora?

Si el tipo te corresponde ¿Me hago el duro? ¿Le hablo? ¿Lo sigo? ¿Lo invito a tirar o sólo un café? ¿y si no me gusta el café? ¿Le pido el teléfono o el pin? ¿Y si no tengo blackberry? Si me da su número ¿cuándo lo debo llamar? ¿o mejor le escribo? ¿Espero un día o me hago el interesante? ¿Si lo llamo, estoy desesperado? ¿Quién paga en la primera cita? ¿y la entrada del cine? ¿Quién regala flores? ¿Cuánto tiempo hay que esperar para tirar? ¿Cómo decido si es una relación abierta o cerrada? ¿Cómo negociamos lo que hacemos en la cama? Si no me provoca verlo todos los días, ¿debo simular que lo quiero ver? ¿o puedo ser honesto? ¿Vale la pena ser honesto? “A ver, me gusta tirar contigo y la paso superchévere cuando nos vemos, pero no quiero ser tu novio” ¿Maté la relación?

¿Con quién debemos aprender sobre estas cosas? ¿Hay cursos? ¿Aprenda a coquetear y no morir en el intento? ¿Al infierno se va en pareja? ¿No soy feliz pero tengo marido? ¿Qué diría Walter Riso? Jajaja En fin, confieso sentirme un poco perdido, pero la incertidumbre es parte de la vida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario