Mi amigo Miguel, gay y contestatario,
se siente esperanzado con las nuevas medidas impulsadas por Mariela
Castro (hija del presidente Raúl Castro, dirige el Centro de
Investigaciones de Educación Sexual), que le permitirán acceder a
una cirugía de cambio de sexo. Sueña con tener un carné de
identidad que diga que es “ella” y no “él”, y con ser
tratado como la mujer que se siente. Sabe, sin embargo, que tendrá
que esperar mucho más para afiliarse legalmente a un partido
socialdemócrata, para manifestarse con un cartel por sus derechos
laborales o para votar – elecciones directas- por otro presidente.
Con su nuevo nombre, que desde hace
años tiene decidido que será Olivia, no se librará del todo de la
intolerancia. Quizás llegue a ser aceptado en su diferencia, siempre
que esta sea “de preferencia sexual” y no de “tendencia
ideológica”. Salir del armario de sus opiniones políticas le
llevará más tiempo.
No entiendo muy bien cómo se puede
convocar a la tolerancia parcelada e inconclusa. Cómo se puede estar
a la avanzada en el tema de los matrimonios entre homosexuales y no
permitir -por otro lado- que nos “casemos” con otra tendencia
política o doctrina social. Todos los miles de cubanos encerrados en
sus armarios de doble moral, reprimiéndose sus verdaderas opiniones
-como si de un gesto afeminado se tratara-, están esperando porque
una Mariela Castro diga públicamente: “A estos también hay que
aceptarlos y tolerarlos en su diferencia”. Miguel será entonces la
mujer socialdemócrata que siempre ha soñado.
Yoani Sánchez / 12 de diciembre de
2007 / “Cuba Libre”
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