a Igor Barreto
Y que por un libro era que iba
a hojear revistas que jamás en mi vida iba a comprar
porque para qué
y a preguntar por algo que sabía que no iba a ver solo por verte era que entraba
y que a mirar un bolígrafo o la pluma-fuente esa
(y que qué desea señor
y que no nada solo mirando)
porque era de tus ojos negros de lo que yo tenía
un capricho enorme y un antojo
una necesidad necesaria de pasar y de mirarte ahí
siempre ahí
en esa librería de Chacao a cada rato
donde tú vendías cualquier cosa
lo que te diera la gana con solo mirar
atendiendo aquella pila de niñitos comprando suplementos o pelotas de goma
señoras preguntando por el metro de entredós
la maybellina
la leche de magnesia
el cafenol y la yilé
porque también era una quincalla aquello
y se reparaban instrumentos de música en el fondo
y había medias para caballeros y botones
y se zurcía invisiblemente
y se ponían inyecciones además.
Y yo
que qué iba a estar necesitando nada de esa tienda
sin embargo iba
miraba encantado en las vidrieras
los pocillos de peltre
los juegos de ludo
los suplementos de a real y medio de la Editorial Novaro de México
tanto polvo sobre el hule y los cortes de tafetán
y sobre todo te veía
por encima de aquella revista vieja que era pura foto de nobles de España y de Inglaterra
y tú me acompañabas con los ojos
sin que la dueña se diera cuenta de que me la pasaba siempre como lelo
sin decidirme nunca por nada y sin comprar
aunque los días de la madre fuera distinto y sí comprara
y tú me dejaras hacer con tus ojos lo que yo quisiera silenciosamente
porque tenías entonces
todo el tiempo del mundo para atenderme a mí que te miraba
mientras tú sacabas de aquellas vitrinas relucientes
algún costurero repleto con hilos de Elefante de todos los colores
alguna cajita de música con su minué de Mozart su eterno Para Elisa
o aquellos jabones de olor en sus estuches
de mica de fieltro y de tisú
y tú ibas después y me envolvías el regalo
echándotelas de mucho
con tus manos sabias de andar empaquetando cuadernos todo el día
o vasos para güisqui sobre un anime largo con pliegos de celofán
y el mejor lacito que encontraras para el mío
y te cobrabas
y yo me hubiera quedado toda la vida sin recibir aquel vuelto
retardándome a propósito
deseando que un diluvio / dios mío
no me dejara salir de ahí en toda la noche por lo menos
nada más que por estarme quedando para verte
aquellos tremendos ojos tuyos que eran míos
de mi propio capricho y de mi antojo
de tantísima belleza de mirar.
*****
Rafael Castillo Zapata es un poeta y crítico literario venezolano. Nació en Caracas en 1958. Estudió Letras en la UCV. En los años ochenta fue integrante del grupo Tráfico, uno de los principales de Caracas.
De este poema me flechó su vínculo con lo cotidiano, lo coloquial y lo urbano. No es una poesía que busque impresionar con palabras rebuscadas o metáforas abstractas.
Publicó: Árbol que crece torcido (1984), Estación de tránsito (1992), Providence (1995) y Estancias (2009).
El poema “II” de Rafael Castillo Zapata fue publicado originalmente en "Árbol que crece torcido". Yo lo encontré en “Versos Di-versos, antología poética sexo-género diversa contemporánea e hispanoamericana” de José Rafael Zambrano y Mariajosé Escobar. Acá mi comentario sobre esta obra.
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