jueves, 10 de diciembre de 2015

Reinaldo Arenas en Venezuela


Investigando para mi tesis, me encontré este regalo. Reinaldo Arenas, el poeta cubano autor de Antes que anochezca, estuvo brevemente en Venezuela a principios de los años 80.

¿Cómo lo supe? Porque publicó un poema en Entendido, la única revista LGBT venezolana de esa época.

Cuando conversé con Edgar Carrasco sobre este punto, él me respondió lo siguiente:
Reinaldo Arenas después de su exilio en EEUU vino a Caracas, a la Librería Lectura, para promocionar sus libros y quería hablar con nosotros pero no lo dejaron. Sin embargo, Julio Vengoechea que tenía mucho contacto con la intelectualidad de Caracas llegó más cerca de él.
Entonces Reinaldo le dijo ‘me encanta el trabajo que ustedes hacen, es perfecto, los apoyo en todo. No tengo tiempo de darles una entrevista, pero les regalo este poema’ y nos dio el texto que publicamos en el número dos. Nunca pensamos que Reinaldo Arenas iba a pasar por todo lo que pasó.
Edgar se refiere a que se infectó de VIH, escribió su autobiografía “Antes que anochezca”, donde contó cómo fue perseguido en Cuba por su homosexualidad, en EEUU murió de SIDA y a principios del siglo XXI su vida sería llevada al cine con Javier Bardem como protagonista con una nominación a los Premios Oscar.

Les transcribo el poema que Reinaldo Arenas le regalo al equipo de Entendido en 1980.

Poema
Sin duda habría sido hermoso
habernos paseado por un paraje azul.
Tú, exhalando no se sabe qué inaudita
– maldita –
armonía
que alguna relación tiene con el cuello o el
paso.
Yo, hojeando con el pie hojas amarillas
y pensando – tristemente – desde luego, en el
crepúsculo.
Al anochecer, sin embargo, tomaríamos un tren
para Marruecos o Ambers
(no ando ya bien en geografía)

Desayunamos en Burdeos o en No Sé Donde.
Hay niebla
Hay niebla
Y se oye más allá del mar el canto de una sirena
de motor
tan imposible ya como las homéricas.

                                        Pero he aquí que la ruta 32
no pasa.
“Está desviada por la llegada de Bresniehv”,
grita el adolescente furioso, patéticamente enjaezado
con los aperos de la época
(casco, insignia, botas).
Y yo te miro, así vestido.
Y tú me miras ya desintegrándote.

Y los dos decidimos sin hablarnos
marchar a pie
al son de las manidas blasfemias
que culminarán, ya lo sé,
en que esta noche no brincarás el muro acorazado de
vidrios punzantes
que limita con el CDR que da a mi cuarto,
donde yo, temeroso y vanamente, te habré de esperar.

Reinaldo Arenas

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