sábado, 27 de julio de 2013

La mejor crónica que he leído sobre el matrimonio igualitario en Argentina

El 15 de julio de 2013 se cumplieron tres años de la aprobación del matrimonio igualitario en Argentina. Esta iniciativa contó con el apoyo personal de la presidente Cristina Fernández y su esposo, senador para la época, Néstor Kirchner.

¡Cuántas cosas han pasado en estos tres años! Néstor se fue, Chávez también, Lula superó un cáncer, derrocaron a Fernando Lugo en Paraguay. Yo soy optimista y como dijo el presidente eterno, Salvador Allende, más temprano que tarde, pasará el hombre y la mujer libres, debajo de las grandes alamedas.

Les transcribo esta crónica buenísima de Bruno Bimbi. Él fue uno de los promotores del matrimonio igualitario en Argentina. Después escribió un libro sobre su experiencia. Luego se fue a Brasil a apoyar esta iniciativa y ya en el gigante del sur lo lograron. Sin duda, esta crónica me aguó el guarapo. Pedro Zerolo, María Rachid, Bruno Bimbi. Necesitamos muchos más como ellas y ellos.

Argentina: el matrimonio igualitario cumple 3 años y ya se casaron 7 mil parejas
Bruno Bimbi / Lunes 15 de julio del 2013

Estábamos locos.
 
Eso fue lo que mucha gente nos dijo cuando, hace un siglo, o sea, seis años y pico, lanzamos una campaña para conseguir la aprobación del matrimonio igualitario en Argentina.

El 14 de febrero de 2007, cuando fuimos con María Rachid y Claudia Castro al registro civil de la calle Uruguay y ellas se acercaron al mostrador y dijeron que querían pedir turno para casarse, parecía, sí, una locura. Sabíamos que les dirían que no y ya teníamos preparado un recurso de amparo que redacté junto a dos abogados. Después de presentarlo en Tribunales, el segundo paso sería ir al Congreso con un proyecto de ley y pedirle una entrevista a Néstor Kirchner, para que el reclamo llegara a los tres poderes.

Nuestro optimismo parecía chocar con la realidad. El matrimonio gay —la palabra “igualitario” empezamos a usarla mucho tiempo después— sólo era legal en Holanda, Bélgica, Sudáfrica, Canadá, España y el estado norteamericano de Massachussets. Y en Argentina todos esos lugares parecían tan lejos que casi nadie nos tomaba en serio.

—Está muy bueno lo que están haciendo, pero ustedes saben que no lo van a conseguir, no se ilusionen —nos decían los amigos.

—Ustedes confunden la audacia con la temeridad —nos decían otros que no eran amigos.
—Lo hacen para salir en los diarios, ellos saben que es imposible —nos acusaban quienes conducían, por aquel entonces, el movimiento LGBT.

En el Página/12 de aquel día, junto a la nota de Andrés Osojnik que traía la primicia del lanzamiento de nuestra campaña, venía un recuadrito con la opinión del presidente de la CHA, César Cigliutti: en contra. Decía César que el matrimonio estaba ligado a la idea de sacramento. Hoy no se acuerda, pero eso fue lo que dijo durante años, mientras hacía todo lo posible para convencer al gobierno de que no nos diera pelota y apoyara su proyecto de “unión civil”, redactado por una jueza de derecha, Graciela Medina, que luego fue al Senado a hablar contra el matrimonio igualitario con la camiseta de la organización fundada (¡qué bronca le daría!) por Carlos Jáuregui.

Nosotros nos habíamos jurado que jamás aceptaríamos esa ley para ciudadanos de segunda, porque por lo que peleábamos no era apenas por la herencia o la obra social, sino por la igualdad ante la ley, que sólo conseguiríamos con el matrimonio. Y se lo dijimos al entonces ministro Aníbal Fernández cuando nos recibió, al año siguiente, para conversar sobre el tema. Con nosotros iba Marcela Romero, vicepresidenta de la Federación Argentina LGBT, y fue la primera vez que una transexual entró a un despacho de la Casa Rosada. La ley de identidad de género era otro de nuestros proyectos utópicos e imposibles y Marcela tenía aún un DNI con nombre de varón, que habría causado problemas en la entrada si Aníbal no hubiera dado la orden de que la dejaran pasar. Desde ese primer día, siempre nos apoyó y fue, junto con María José Lubertino, nuestro interlocutor con Néstor y Cristina.
Estábamos locos pero seguros de lo que estábamos haciendo y, quizás por nuestra locura, convencidos de que lo íbamos a conseguir. Tiempo antes de la aprobación de la ley se lo aposté al dueño de uno de los principales multimedios del país (no ese que estás pensando, sino otro) mientras tomábamos un café en Río de Janeiro.

—La unión civil puede ser, pero el matrimonio no pasa ni en pedo en el Senado. Olvidate —me dijo.

—Apostemos.

—¿Qué querés apostar? Vas a perder.

—Me das alguna de tus revistas.

—Pero si perdés, que es lo que va a pasar, vos no tenés con qué pagarme —me dijo, y tenía razón apenas en lo último. El 13 de julio de 2010, cerca de las diez de la noche, ese mismo empresario me confirmó el voto de un senador de la oposición que teníamos en duda. Los contábamos de a uno y, un día antes del inicio de la sesión, aún no sabíamos si ganábamos o perdíamos.

Estábamos locos y éramos, al principio, muy poquitos. Las primeras reuniones para organizar la campaña cabían en la mesa de la cocina de la casa de María, que había lanzado junto a Esteban Paulón y otros activistas la idea de crear una Federación que, por entonces, estaba en pañales. Éramos poquitos y sólo contábamos, al principio, con el apoyo de dos diputados socialistas, Eduardo Di Pollina y Silvia Augsburger, una senadora del ya casi extinguido Frepaso, Vilma Ibarra —Eduardo fue un pionero y el trabajo de Silvia y Vilma fue un ejemplo de seriedad, compromiso y militancia que siempre les agradeceremos—, nuestra amiga María José Lubertino —que tiempo después pondría al INADI al servicio de la causa— y algunos pocos legisladores que eran minoría en sus bloques. De a poco fuimos sumando a otrosPágina era el único diario que nos tomaba en serio y hasta los chicos de las agrupaciones universitarias de izquierda que habían ofrecido apoyarnos se ponían colorados si les pedíamos que pegaran en su facultad un afiche donde aparecía la palabra “homosexual”.

Ese país, por suerte, ya no existe.

La primera vez que escuché a alguien defender el matrimonio igualitario fue en Porto Alegre, en el Foro Social Mundial de 2005. Quien hablaba era Pedro Zerolo, activista gay español y entonces asesor del presidente Zapatero. Decía Zerolo que España sería “el primer país latinoamericano” que lo conseguiría — porque Pedro, nacido en Venezuela, criado en Tenerife y radicado en Madrid, dice que España es “el más latinoamericano de los países de Europa”, definición que desde entonces adopté.

Me acerqué a hablar con él y lo primero que me dijo es que nosotros debíamos ser los próximos.

—Ojalá, Pedro. Pero es imposible. En Argentina, faltan veinte años —le dije.

—¡No me vengas con imposibles! En España también era imposible y la ley se aprueba en unos meses, ya verás —me respondió.

Siempre me acuerdo de ese diálogo porque, desde que lo conseguimos en Argentina, apenas cinco años y medio después de aquella conversación con Pedro, lo he escuchado repetidas veces en otros países.

—Brasil no es Argentina, Bruno. Acá eso es imposible —me dijeron varias personas en las primeras conversaciones sobre el tema con activistas brasileños que tuve desde que el diputado carioca Jean Wyllys me pidió que lo ayudara a organizar la campaña por el matrimonio igualitario en su país. Yo acababa de publicar un libro en el que cuento cómo lo conseguimos en Argentina y le regalé a Jean un ejemplar. Luego de terminar la maestría que había ido a hacer a Río de Janeiro, estaba preparando mi regreso a Buenos Aires.
 
—¿Me das el libro y te vas? Ni loco. Te quedás y me ayudás hasta que lo consigamos acá —me dijo Jean, y me convenció. Armamos un equipo con otro activista, João Junior, y lanzamos una campaña que, en muchos aspectos, reprodujo la experiencia argentina. Vivir esa historia dos veces, en dos países, fue muy emocionante.

El 14 de mayo de este año, luego de muchísimo trabajo, lo conseguimos. El Consejo Nacional de Justicia reglamentó el matrimonio igualitario en todo Brasil, que se convirtió así en el 15º país en reconocer ese derecho. Cada año son más. Y ahora seguimos trabajando para que esa conquista se plasme en una ley y una enmienda constitucional (los fundamentos del proyecto los escribí yo a pedido de Jean), para que nunca haya vuelta atrás.

—Ecuador es otra cosa. Acá lo veo muy difícil —me dijeron algunos activistas hace dos meses en Guayaquil, donde hicimos un taller para formar el equipo que lanzará la campaña allá. Ya está la pareja que va a presentar el amparo: son dos mujeres, como María y Claudia. Y ya hay diputadas con ganas de apoyar en el Congreso. El mes pasado fuimos a México con Jean, donde ya hay ley en la Capital y un grupo de activistas quiere instalar el debate a nivel nacional.

Yo me estoy preparando para festejar de nuevo.

Argentina dio, hace tres años, un paso histórico. Siete mil parejas ya se casaron y hablar de matrimonio igualitario, más que una locura, ahora empieza a sonar obvio. Pronto costará entender que en una época era ilegal, que había gente que estaba en contra, que generó tanta polémica, como hoy cuesta entender que haya sido polémico el voto femenino o que haya habido lugares del mundo en los que hace menos de un siglo los negros tenían que sentarse en los asientos de atrás de los ómnibus.

El matrimonio igualitario abrió la puerta a otros derechos y hoy Argentina tiene la legislación más avanzada del mundo en el reconocimiento de la ciudadanía de la población LGBT. Sí, repito: la legislación más avanzada del mundo, aprobada durante el gobierno de Cristina Kirchner, con su apoyo (fundamental para conseguirlo) y el de varios importantes líderes de la oposición. Convencerlos costó, pero lo conseguimos, y el resultado ya es patrimonio de todos. Todas las leyes y todo el cambio social y cultural que vino después son una prueba de lo importante que era dar aquella batalla cuando parecía imposible.

No peleábamos apenas por el matrimonio, sino por todo ese cambio que ahora estamos consiguiendo, que cada día que pasa se nota más. Estamos derrotando al prejuicio y la vida de millones de personas está cambiando por eso, para mejor.
Hoy el resto de la región nos mira como ejemplo.

Estábamos locos, pero lo hicimos. Y hoy, tres años después, vamos a festejarlo.

Los espero a las 18 horas en la Legislatura Porteña, Perú 160.

En serio, no falten.

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