jueves, 19 de julio de 2007

Letras diversas

Agradecemos los comentarios que nos han hecho llegar sobre los cuentos cortos de José Francisco Michelli, periodista y escritor venezolano. En esta oportunidad repetimos con tres de relatos breves de este autor.

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Saliva
José Francisco Michelli

Su aliento en el espejo del ascensor fue el único rastro de lo ocurrido diecisiete pisos hacia arriba.
- Esto no va a funcionar así -me dijo Manuel. Vamos a dejarlo en vernos, cogernos y ya. Para qué darle largas. Sin pretensiones, de verdad.
Manuel prendió un cigarrillo cuando terminó su discurso. Buscó las llaves. Abrió la puerta y actuó con la mecánica manía de las telefonistas digitales: "para operaciones de tarjeta de débito y crédito, presione 1. Para conformación de cheques, presione 2”.
- ¿Qué te pasa? -me preguntó con una mueca de indignación y fastidio.
- Me voy. Te llamo después -le dije, guardándome el güebo lleno de saliva caliente en el boxer, oprimiendo la erección.
- ¿Qué te pasa? -insistió. Tómalo como un juego. Diviértete.
Le pedí agua y salí. Ya no quedaba rastro de su aliento en el espejo del ascensor.

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Casos de familia
José Francisco Michelli

Lunes por la noche. Hilda, Carlos, Federico, José. El deseo tenía forma de rayo. José miraba a Federico para buscar complicidad. Federico rebotaba las ganas a Carlos. Carlos pensaba a Hilda con la boca tapada por una almohada y sexo tántrico y feroz, con sus ojos en los gestos atolondrados de ella. Hilda sólo hablaba del queso que tenía y soñaba con el martes y Luis Domingo: "necesito tirar con urgencia y con él todo se da rico".

Cuando la geometría llegaba en forma de y como un rayo a Hilda, tomaba otro aspecto porque la ausencia de Luis Domingo trasformaba la figura en cualquier cosa, por todo el asunto de la lejanía y la abstracción que implica imaginar líneas, curvas, rombos, polígonos, círculos, para llegar hasta el ausente. Si a todos nos unía la invisible línea visual, Hilda estaba unida por un deseo más invisible aún, que se bastaba con recuerdos.

Ron puro para Carlos. Con coca-cola para José y Federico. Hilda sorbía sangría. La mesa separaba, las sillas permitían ocupar un lugar como para mantenerse firme y coherente. Los ojos delataban intenciones y sin embargo ninguna mirada se correspondía con otra. La reciprocidad sirvió para frases como "en una relación de pareja el respeto debe ser mutuo", una bocanada de Hilda en medio de la humareda. Alguien pensó: "esta noche me monto en algo". Todos, menos Hilda.

Se habló y los finales o transiciones de cada tema terminaban en cosas como: "coño, no, me encanta", aire articulado que soltó Federico cuando Carlos dijo algo sobre las películas porno de Rocco Sigfredi y la porno estrella Silvia. El silencio siempre se llenó con motivos de ese estilo. Al fondo siempre sonó música electrónica o algo de son cubano, quizá el único acuerdo real y animal de la lluvia que nunca cayó afuera. Un rayo, una amenaza, una espera espera.

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Tela y piel
José Francisco Michelli

– Disculpa pana, no pueden seguir haciendo eso o tendrán que salir del local. –Esteban intentó calma, pero sudaba rabia.
– Hacer qué. Sólo estamos bailando. –Francisco se hacía el desentendido.
– Es que están atentando contra la moral. –Cara de cura de Esteban.
– Oquei, tranqui. Bailaremos separados. –Francisco habló y no esperó respuesta. Miró a otro lugar.
La franela negra de Esteban era una segunda piel con una inscripción en el pecho en letras blancas: SEGURIDAD. La E y la A despuntaban por el relieve de las tetillas tantas veces lamidas por Estela, su novia. Alguna vez su excompañero de trabajo Elián pasó su lengua debajo de la E y la A. Fue una mañana de marigüana en el baño, episodio azul o tornasol de mucha carne iluminada, entre telarañas y calabazas de la fiesta jalogüin.
Esteban miraba desde su atalaya improvisada, donde minutos antes tocó la banda “Kivi” alguna versión de los “Doors”, quizás “Light my fire”, con alaridos andróginos del vocalista y un movimiento de caderas que rompía el aire y terminaba en la mirada excitada de tipas y algunos tipos.
La semipenumbra del lugar permitía distinguir de lejos un juego amoroso entre dos hombres. Un boca a boca trancao’, una caricia en la cara para disipar dudas.
–Te felicito pana, qué depinga que tripeen aquí–. Una de tantas frases que escuchó Félix durante la noche-madrugada. Era la gente del lugar: universitarios que celebraban, rockeros y rockeras de siempre, chicos y chicas alternativos (as), primerizos y primerizas del lugar, sumemos niños y niñas bien.
Había gente que iba del ambiente tecno al pop-rockero esperando quedar atrapada por la masa de cantantes y bailarines improvisados. Como Néstor, que a veces quedaba tímidamente entre dos cuerpos que lo oprimían. Alguno detrás que le asomaba furia a través de la ropa y le hincaba centimetraje, proporción. Néstor se aquietaba, deseaba un empujón que le permitiera sentir un poco más.
Iván, en la espalda de Néstor, esperaba que su encuentro se agachara a recoger algo, que distendiera pliegues y expandiera sus redondas y bien formadas nalgas para cavar más hondo. Tela y piel tragado por piel y tela.
Esteban bajó de su escenario-atalaya. Rozó sus hombros con los de Iván. Puso su mano en el pecho de Néstor para poder pasar. En realidad, abalanzó el cuerpo de Néstor, sus nalgas, contra la pelvis de Iván, su güebo. Luego de juntarlos, avanzó a paso firme entre la multitud.
Félix volvió del baño, donde vio líneas de coca en el largo lavamanos. Dos o tres tipos desdibujados después de cada pase. Figuras de la noche –pensó Félix.
Frente a la barra, donde siempre estuvieron, Francisco pellizcó la quijada de Félix. Lo acercó con los dedos y le dio otro beso de poster. Esteban apareció de entre la multitud y les pidió que se fueran del lugar.
Un por qué, dos por qués.
Varios puños cruzaron el denso aire del “Moulin”. Puro humo que acompañaba lentamente el confuso ir y venir de coñazos.

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