viernes, 24 de julio de 2009

OPINIÓN / ¿Somos o no somos?

Nosotras somos feministas, lesbianas, homosexuales, bisexuales, transgéneros transexuales y heterosexuales revolucionarias que no nos hemos limitado a apoyar ciegamente este proceso revolucionario, sino que hemos trabajado organizadamente para construir una sociedad socialista libre de desigualdad y sin ningún tipo de exclusión y discriminación.

Rechazamos enérgicamente la posición retardataria y profundamente conservadora de la Asamblea Nacional, expresada por su presidenta, Cilia Flores, frente a asuntos tan fundamentales como el aborto y el reconocimiento legal de uniones de parejas del mismo sexo. La Asamblea Nacional está de espaldas a las propuestas y políticas llevadas adelantes por los socialistas y socialismos del siglo XIX y XX. Socialismos que, con sus grandes errores y limitaciones, no evadieron el tema del aborto ni el de la diversidad sexual.

Desde hace diez años, hemos estado experimentando un proceso de cambios económicos, sociales y políticos que se han traducido en una mejora sustantiva en la calidad de vida de las y los venezolanos. Sin embargo, todavía existen muchos problemas por resolver y grandes sectores de la sociedad, las mujeres y la población sexodiversa seguimos estando excluidas y somos constantemente discriminadas y consideradas ciudadanas de segunda categoría.

Pensamos que estamos llegando a un punto muerto del proceso revolucionario en donde se ha perdido el impulso y la fuerza inicial de hace cinco años. Se corre el peligro devolver atrás, no sólo por las actividades contrarrevolucionarias de la derecha venezolana aliada a los intereses del gobierno estadounidense, sino por la incoherencia, el conservadurismo, el burocratismo, oportunismo, ineficacia y grandes vacíos en la formación política e ideológica de muchas de las personas que tienen altos cargos de responsabilidad política.

Durante estos diez años, la derecha ha aprendido de sus errores, pero, sobre todo, de los nuestros. Sigue conspirando, organizándose, utilizando los medios de comunicación privados para adoctrinar a un sector de la población e inocular la cultura de la violencia fraticida y desnacionalizada, sin que se produzcan respuestas efectivas y contundentes por parte del gobierno. Por el contrario, muchos de las y los líderes políticos no están a la altura del momento histórico, temen el contacto con las bases, nunca pisan las calles y desdeñan el trabajo de organización y formación de cuadros.

Pensamos que la posición de la Asamblea Nacional, articulada pobremente por su presidenta, es una expresión más de esta terrible situación. No existe una aproximación al tema del aborto y al tema de las demandas de la población sexodiversa desde una perspectiva revolucionaria, sino desde el lente del tabú, el prejuicio y la pragmática de las encuestas. La ausencia de políticas públicas en estos aspectos tan delicados nos ha llevado a situarnos como el país con mayor índice de embarazos no deseados en niñas y adolescentes, una elevada tasa de muertes de mujeres por realizarse abortos en condiciones de inseguridad medica debido a su clandestinidad, además de la expansión de las llamadas Enfermedades de Transmisión Sexual (ITS) y todo el drama sociocultural que esto conlleva.

Con esta decisión inconsulta, la Asamblea Nacional sigue condenando a muerte a miles de mujeres pobres que se ven obligadas a practicarse abortos en condiciones insalubres e inseguras y sigue dándole poderes ilimitados a los sectores médicos que practican clandestinamente los abortos y todo tipo de abusos que genera esta absurda criminalización de un problema de salud pública. No sólo condonan las diversas manifestaciones de discriminación por orientación sexual e identidad de género, sino que, además, propician, con su indiferencia, los crímenes de odio que sistemáticamente se producen contra las lesbianas, homosexuales, transgéneros y transexuales.

Denunciamos la posición de la Asamblea Nacional como conservadora, irresponsable y reaccionaria. Una vez más, los problemas fundamentales que afectan la vida de millones de mujeres y millones de personas sexodiversas son dejados a un lado y postergados a un futuro borroso.

Los asuntos relacionados con el cuerpo, el sexo y la sexualidad no están confinados a la esfera de la vida privada, son políticos y producen efectos sociales palpables. Los creativos de las agencias publicitarias y los dueños de la poderosísima industria pornográfica, que se lucran vendiendo el cuerpo de la mujer, lo saben muy bien. También parecen entenderlo, los policías y las personas, que alentadas por los discursos llenos de intolerancia y odio de la iglesia católica y cristiana, matan, violan, golpean y humillan a lesbianas, homosexuales, transgéneros y transexuales.

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