Este es mi blog. Me llamo Jorge, soy periodista, aprendiz de historiador y requetechavista. Por acá comento noticias sobre diversidad sexual, feminismo, lucha contra el VIH/SIDA, organizaciones LGBTI de la Patria Grande y otras mariqueras. También puedes seguirme por tuiter @BitacoraDSx
domingo, 8 de marzo de 2015
Apuntes amorosos
Hace unos años hice un repaso de mi historia amorosa. De ese ejercicio salieron estas cuatro notas.
1.- Amor de infancia
2.- Amor de juventud
3.- Hormonas adolescentes
4.- Amor de adulto
Amor de infancia
Apuntes amorosos I
La conocí en segundo grado. Fue amor a primera vista. Se llamaba Patricia. Era la niña más hermosa que había visto.
La maestra nos sentaba por orden alfabético. Ella era Espinoza, yo González. Así que cada semana, me movía un puesto más cerca de ella.
En quinto grado, un compañerito de clases antes de salir al recreo le dijo frente a mí: ¿Patricia, por qué no le das el empate a Jorge? Y ella dijo que sí. Inmediatamente después me dijo que nada de besos. No me importó. Fue el mejor día de mi escuela en primaria.
Le llevé regalos. En mi época, había unas tarjetitas de plástico con mensajitos como una tarjeta telefónica. Había una que me encantaba que soñaba con dársela desde que la conocí. Decía algo así como: “Si la guardas, es que me quieres. Si la botas es que me deseas. Si la regalas es que me extrañas…” y así seguía.
A las dos semanas me puse bravo porque ella no me daba un besito y ni siquiera dejaba que le agarrara la mano. Terminé con ella y le pedí que me regresara todos mis regalos. Lo sé, más infantil imposible.
Al día siguiente ella me trajo los regalos y antes de dármelos me preguntó, triste, si al menos podíamos conservar los regalos que cada uno se había dado. Y yo, mentepollo y soberbio, le dije que no.
Mi despecho lo viví con Coca Cola y Juan Luis Guerra en casa del compañerito que había servido de cupido. Ese fue mi primer amor, mi amor de infancia.
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Amor de juventud
Apuntes amorosos II
La conocí en octavo grado. Se llamaba Tatiana. Para mí era la chica más hermosa de la escuela. Hoy todavía es una mujer hermosa. Quedé prendado. Yo, nerd, flaco, con lentes y ella, bella, con varios pretendientes, era de suponer que no me parara.
Al año siguiente, algo cambió, no sé qué, pero ella gustó de mí y a pesar de que al inicio no me lo creía, terminamos empatados. Fueron unas semanas mágicas.
Duramos tres meses y terminamos. En esa época le dije que estaba confundido. La verdad es que tenía miedo que llegáramos a intimar un poco más y ella se diera cuenta que me gustaban los muchachos también.
Hasta ahí la historia hubiese sido bonita, pero en cuarto año decidí empatarme de nuevo con ella para lastimarla. Fue un acto infantil y cruel que nadie se merece. Mucho menos ella.
No importa cuántas veces me disculpe con ella, siempre me sentiré culpable de haberla lastimado. Ella fue mi amor de juventud.
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Hormonas adolescentes
Apuntes amorosos III
En bachillerato, mi atracción por otros muchachos aumentó, pero sólo se mantuvo en el plano sexual. Yo no había aceptado esa parte de mí y creo que no me daba permiso a sentir algo más. No me daba permiso a enamorarme de un muchacho.
Había estudiantes muy atractivos. Recuerdo a varios de quinto año que les quitaban el sueño a muchas jovencitas y seguramente a alguno que otro jovencito.
Cuando estaba en cuatro año, un profesor que quiero y admiro mucho, me pidió que diera clases de preparaduría a los estudiantes de tercer año. Yo acepté.
En el grupo había un muchacho que me encantaba. Se llamaba Henry. Me gustaba tanto que no podía verlo a los ojos en clase. Tenía miedo que él y los demás se dieran cuenta de lo que sentía. Veía a la cara a todos los demás menos a él, aunque él estuviese haciendo una pregunta de la materia. Creo que eso me hacía ver más evidente.
Pero nunca me enamoré de otro muchacho durante esos años. Al menos no me di permiso.
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Amor de adulto
Apuntes amorosos IV
Luego de aceptar que me gustan los hombres, tuve algunos intentos de relación, pero a los tres meses le ponía fin. Ninguno me gustaba para largo.
En esos años conocí a Ricardo. Éramos contemporáneos, él estudiaba en la UCV y su familia sabía que era gay.
En mis anteriores relaciones con otros hombres, yo era el guerrero, el que tomaba de la mano en público, el que abrazaba y besaba en el Metro. Con Ricardo fue diferente.
Cuando lo acompañaba a su parada de autobús, antes de irme, me preguntaba ¿y tú no me vas a dar mi beso? Y ahí frente a toda la cola, quizás frente a algunos de sus vecinos, me estampaba un beso. Eso me enamoró.
Fueron unos años intensos. Con frecuencia me sentía pleno y, al mismo tiempo, poco querido. Pleno porque amé con intensidad, me entregué, cada día era como si fuese el último.
Creo que cometí los errores comunes de la mayoría. De esta relación aprendí que amar no es sinónimo de anularse a sí mismo por la pareja; en ninguna circunstancia uno debe aceptar la violencia y el maltrato; y no hay que abandonar al grupo de amigas y amigos por una relación.
Después de ese noviazgo, necesitaba algo más ligero. Así que me propuse descubrir nuevos sabores y olores, nuevas formas de besar, diferentes maneras de hacer el amor, de estar, de reír, de soñar. Y eso he hecho.
Con el tiempo, me enamoré otra vez, pero no estaba listo.
En esto de las relaciones, en los últimos años, me he sentido como un gato montuno. Tolero la compañía, pero si se me acercan mucho, saco las uñas. Emotional issues, dice mi amigo Lhel.
Es chimbo. Con algunos realmente he querido involucrarme, pero apenas la vaina se enseria, pego la carrera en dirección contraria. Quizás miedo al compromiso, o miedo a salir lastimado de nuevo. No sé. Espero poder controlar al gato montuno.
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