La pregunta me viene a la cabeza de vez en cuando. No la formulo desde un punto de vista mojigato o pacato. Creo que el trabajo sexual es tan válido como cualquier otra profesión. En consecuencia, para mí es válido contratar este servicio como ofrecerlo.
Puedo
imaginarme porqué los hombres gays y bisexuales podríamos contratar
el servicio de un trabajador sexual masculino. Cuando el tema sale
entre mis amigos, lo primero que decimos es que no estamos tan viejos
ni tan feos. El mensaje de fondo es que si estás canoso o no eres un
galán, es lógico y esperable que contrates a un puto.
En
el caso de los hombres heterosexuales confieso que no le he
preguntado a ninguno de mis panas y conocidos. La duda persiste. ¿Por
qué un hombre straight paga por sexo? ¿No es más fácil para ellos
conseguir una pareja sexual?
Putas,
clientes y academia
Bueno,
curucuteando conseguí esta investigación de Carla Donoso y Cristian
Matus titulado Trayectorias y simultaneidades: una mirada desde lasubjetividad de jóvenes clientes de prostitución a la construcciónde identidad masculina.
El
texto forma parte de las ponencias presentadas en el Primer Encuentro
de Estudios de Masculinidad de Chile y publicadas por la Flacso en
Masculinidad/es, identidad, sexualidad y familia.
El
estudio hace una primera aproximación a la construcción de
identidad masculina basada en el testimonio de tres jóvenes chilenos
que pagan regularmente para tener sexo con mujeres. En dos platos,
los entrevistados son clientes de prostitutas.
¿Cómo
empezaron?
¿Recuerdan
esa leyenda urbana
que cuando llegábamos a la adolescencia, un familiar adulto nos
llevaba a un prostíbulo para que perdiéramos la virginidad? Bueno,
los tiempos han cambiado. Los entrevistados citaron que comenzaron a
ir a casas de cita luego de una ruptura amorosa con una mujer, o como
parte de una salida en grupo con sus amigos.
Para
los hombres straight "ir a un burdel" formaría parte de un
"ritual de reafirmación de masculinidad". Estos rituales
se suelen dar cuando concluye el liceo, cuando se alcanza la mayoría
de edad, en la despedida de soltero de un conocido o en la reunión
con amigos de la infancia o los estudios.
¿Otra
causa
para pagar por sexo?
Les
regalo otro párrafo del artículo. "Claudio compara las
relaciones con prostitutas y las de pareja, señalando como una
diferencia importante que, en el caso de las primeras, no es
necesario seducir a la mujer; mientras que en el caso de las
relaciones de pareja es necesario desarrollar un proceso de engorroso
convencimiento de la mujer para tener contactos sexuales".
Deseo
y afecto
"Otra
dimensión importante y complementaria de la construcción de relatos
y trayectorias sobre el "ser cliente" (de prostitutas) es
la presencia de un imaginario que se constituye a partir de la
integración de dos imágenes aparentemente contrapuestas de lo
femenino. Al hurgar en sus testimonios podemos ver claramente la
internalización de dos modelos contrapuestos de mujer: la "mujer
buena" y la "mujer mala".
Las
mujeres buenas serían para casarse, y las malas para obtener placer.
"En el caso de estos jóvenes la mujer normal, la mujer "buena",
se asocia más que a lo reproductivo o doméstico, a lo afectivo, al
cariño, a la ternura y a la tranquilidad, entendida como la falta de
experiencia sexual".
En
mi humilde opinión, los hombres heterosexuales están jodidos,
porque de acuerdo a esas visiones nunca podrán encontrar todo lo que
quieren en una sola mujer. Si su novia resulta ser muy buena en la
cama, podría "levantar sospechas".
Ellos
no podrían conciliar lo sexual y lo afectivo en una sola mujer.
Deseo y afecto estarían divorciados.
El
artículo está bien chévere. Si te interesa el tema, debes leerlo
completo. Es el último capítulo del libro Masculinidad/es,identidad, sexualidad y familia, página 141.
Sobre
los autores
Cristian
Matus es antropólogo de la Universidad de Chile, investigador del
Centro Interdisciplinario de Estudios de Género (CIEG) de esa misma
casa de estudios. Una de sus investigaciones fue sobre Prostitución
Juvenil Femenina y Masculina en Santiago.
Carla
Donoso es antropóloga de la Universidad de Chile, asistente de
Investigación del CIEG. En la época de la publicación ella formaba
parte del Foro Permanente "Promoción de los Derechos de
Educación en Sexualidad en el Sistema Educativo" y participaba
en la investigación "SIDA, Moralidad y Neoliberalismo en Chile"
del Departamento de Antropología y Sociología de la Okanagan
University College, de Canadá.
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