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domingo, 11 de mayo de 2014

Ver las estrellas


Cuando estaba en cuarto grado de primaria, nos llevaron de paseo al Parque del Este. Fuimos los compañeros de clase de varios niveles, creo que tercero, cuarto y quinto grado. Yo tendría como 8 o 9 años.

El último punto del viaje fue el planetario. Nunca había entrado, ni sabía qué era. Me sentí asustado cuando entré a esa habitación con el techo circular. Sentía que se me iba a venir encima.



Pasamos, una voz por el micrófono nos dijo que nos sentáramos, subimos nuestras cabezas y se empezaron a apagar las luces suavemente. Alrededor se veía la silueta de Caracas. Allá las Torres del Silencio, por acá Parque Central, eso es el Ávila. Los detalles muy bien cuidados.

La música nos envolvió, las estrellas comenzaron a aparecer, se movían en la esfera y olvidé por momentos que estaba en un espacio cerrado. Yo estaba en una noche de Caracas, estrellada, hermosa, romántica y ahí fue que me pasó.

No sé porqué, si fueron las estrellas, el sitio, la edad, el momento, pero sentí unas ganas irrefrenables de besar a alguien. Era la primera vez que eso me pasaba. Era urgente. Al lado estaba una niña muy linda, de tercer grado, bachaca de rulos amarillos.

“¿Lo hago o no lo hago? No sé, pero tengo muchas ganas. Lo voy a hacer”. “¿Estás loco? Te va a regañar la maestra. Quédate tranquilo en tu puesto”. “Hazlo, no seas cobarde”.

Me senté y seguí viendo las estrellas, con una montaña rusa de adrenalina y ese día entendí que algo estaba cambiando. Yo estaba entrando en la preadolescencia.

Ese vacío en el estómago, esa descarga de adrenalina, esa erección nueva, contenida, desconcertante, me dio la bienvenida a un periodo intenso de mi vida donde las hormonas hicieron de las suyas.

Todavía me gusta ver las estrellas, no creo que sea por eso, ahora me transmiten paz, humildad, quietud, aunque siguen siendo un recuerdo de esa vez cuando comencé a sentir que mi niño interno estaba cambiando, creciendo.

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