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domingo, 16 de marzo de 2014

Yo nací entre libros


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Yo nací entre libros,
o al menos así fue como mis padres se conocieron. La negra estudiaba en la universidad trabajo social y como trabajo voluntario atendía la librería de la Liga Socialista, una que quedaba en uno de esas “pasarelas subterráneas” que hicieron un tiempo en Caracas, y que eran como pasillos pero por debajo de una calle. Bueno, ella trabajaba como voluntaria en la librería en uno de esos pasillos debajo de una calle.

Un día vino mi papá, el gocho, con su pelo largo a los hombros, buscando libros de izquierda. Venía con ideas en la cabeza, patacaliente, la guerrilla, la lucha armada, la revolución cubana. Mi mamá dice que quedó prendada. El gocho volvió varias veces más, supuestamente a buscar más libros, y en un momento de valor le propuso a la negra “poner amores”, frase andina que significa salir como novios.

Mi mamá no sabía a qué se refería pero aceptó y a los dos meses ya yo venía en camino.



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Yo crecí entre libros,
los de mi casa y los de las bibliotecas públicas donde siempre ha trabajado mi mamá. En casa está una colección enorme de libros de izquierda, comunistas, marxistas, leninistas.

Mi mamá, la negra, me leía cuentos infantiles todas las noches, pero hubo una que no lo hizo porque estaba muy cansada. Yo estaba molesto, “¿cómo es que no me vas a leer mi cuento de la noche?” No le volví a pedir que me leyera.

A las tres semanas, cuenta mi madre, me ve con un cuento en la mano. ¿Qué haces con eso, mi amor?, me preguntó. “Leyéndolo”, respondí con un dejo de independencia. Así aprendí a leer, al menos eso cuenta mi mamá. Yo no recuerdo, estaba muy pequeño.

En vacaciones asistía a los planes vacacionales de la biblioteca. Y los días que no había plan, llegaba al mediodía y me echaba entre los cojines y la alfombra del rincón de cuentos de la sala infantil, y cuando despertaba leía lo que me provocaba.

Así conocí una buena tarde a Mafalda, a los Gnomos y las sirenas, a Barbafamilia, a Willy el tímido y Anthony Brown. Así descubrí también los cuentos de Ekaré y del Banco del Libro, La Calle es libre, La ratoncita presumida, Un diente se mueve, El Cocuyo y la Mora, Margarita, Doña Quiñones.

Me hice lector desde pequeño. En bachillerato conocí al Gabo y en la universidad me enamoré de la literatura, antes considerada inútil por eso de leer cosas que no pasaron. Conocí a Kafka, a Hemingway, Dickens, Balzac, Proust, Sábato, Savater, Dante y quedé perdidamente enamorado de sus historias.

Me gustan los autores latinoamericanos, los que hablan de cosas cercanas, familiares, con sonidos y sabores propios. Me gustan las historias que saben a guayaba, a costa, a Caribe, a mango, a coco, a pampas, a andes, a amazonas, a mate.

Soy fanático del Gabo por sus mundos y su prosa, pero adoro a Jorge Amado por las mujeres que creó. Gabriela Clavo y Canela, Teresa Batista cansada de guerra, Doña Flor y sus dos maridos, Tieta… eran mujeres libres, firmes, seguras, que vivían a plenitud, con intensidad. Eso me encanta de Jorge Amado, por nombrar a dos autores que me gustan mucho.

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Ahora vivo entre libros.
En casa los libros se han apoderado de todos los cuartos, faltan paredes y estantes, hay libros en pilas, sobre mesas de noche, esperando a ser leídos, hay libros empezados con marcalibros, que recuerdan momentos, años, amores, amigos, ferias de libros, librerías.

Siempre tengo varios libros en proceso. Están los que leo por placer, los que leo por la universidad o algo del trabajo, los que me acompañan en las colas que son por lo general ediciones pequeñas, livianas, fáciles de llevar. También están con los que aprendo, que no sé si meterlos en lecturas por placer, por trabajo o por la uni.

Los libros han formado parte de mi vida y seguramente se mantengan.

¿Un momento sabroso? Un buen sofá, una taza de chocolate caliente, espeso y oloroso, afuera hace frío y yo bien abrigado en compañía de un buen libro.

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